Eloi Saula, montañero, geólogo, profesor y -quizá por su vinculación con el bello pueblo de Visalibóns, en el Isábena- un apasionado del Turbón y de las gentes que viven y han vivido en su entorno, presentó recientemente en Boltaña -en un acto organizadopor el Club de Montaña Nabaín y por el Ayuntamiento- su libro ‘El Turbón, la montaña de los pastores’.
En esa obra,
además de recuperar decenas de rutas históricas a ese macizo y
de hablarnos de su naturaleza, narra las andanzas -muy arriesgadas a
veces- de montañeses que llenaron de vida sus laderas y sus verticales paredes calizas.
El humorísticamente llamado "Huertet de las Cols", es uno de los objetivos confirmados de los pastores escaladores del Turbón (1)
Ahora nos cuenta, en el texto que publicamos, algunas de las desconocidas escaladas de esos pastores, que se repiten con historias similares en Picos de Europa y en otros lugares de nuestro Pirineo y de otras cordilleras.
“¿Por qué subo montañas? Porque están ahí”, se dice que dijo George Mallory, en una frase que se ha convertido en “definición” oficiosa del alpinismo. “¿Por qué escalé esas paredes del Turbón? Por ver si se podía” le dijo a Saula José Garanto, de Casa Palazín de Ixea, en una frase no tan lejana de la del británico, que bien podría hablarnos de que la motivación que lleva al alpinismo es también autóctona de los Pirineos -y seguramente en otros mil lugares montañosos- y que es propia también del mundo rural. El alpinismo, parece, pudo haber nacido también en nuestra cordillera.
Los pastores escaladores
Por Eloi Saula Briansó
El pastoreo en zonas escarpadas forjó un carácter particular en los pastores que lo llevaron a cabo y conllevó un proceder especial mientras esa actividad estuvo vigente a lo largo de los siglos. En la actualidad, o bien no se practica o se lleva a cabo en unas condiciones muy distintas a las de antaño.
El ganado que era subido a pastos elevados eran vacas, ovejas y cabras. Las vacas seguían caminos cómodos, carentes de dificultad. Ovejas y cabras podían seguir senderos mucho más abruptos, si bien se buscaba un equilibrio entre rapidez y seguridad para subirlas y bajarlas de la montaña. Una vez instaladas en los pastos de altura, los pastores tenían la posibilidad de utilizar atajos, ya mucho más complicados, para ir a comprobar su estado. En este entorno realizaban movimientos de escalada y asumían riesgos importantes. Los mismos pastos de altura utilizados por ovejas y cabras podían consistir en un terreno muy escabroso (por ejemplo las “palas” en el Turbón), donde una mala caída podía suponer la muerte, de los animales o de las personas. Pero era la tendencia de las cabras a “enfeixarse” o “engabiarse”, enriscarse en definitiva, lo que suponía un mayor reto para los pastores. Debemos tener en cuenta que el valor de una cabra -o de cualquier animal grande-, era muy elevado entonces en comparación con la actualidad, hasta el punto que llegaba a suponer una parte importante del sustento familiar y por lo tanto merecía la pena arriesgarse para recuperarla.
Vertiente Este del Turbón
La dificultad de acceso al lugar donde estaba la cabra era variable, pero en ningún caso era sencillo llegar a ella y siempre resultaba peligroso. La maniobra podía consistir meramente en recorrer una faja estrecha y vertiginosa, como sucedía a menudo en el caso de cabras que se habían asilvestrado durante el verano y huían de sus dueños, o podía suponer una escalada compleja cuando la cabra había dado algunos pasos que no era capaz de retroceder. Entonces el pastor debía intentar atraparla en la roca bien fuese con las manos, con el bastón -que tenía un gancho en la punta para este menester-, o con un lazo de cuerda que se hacía pasar por la cabeza del animal ayudándose de un palo con forma de “Y” en el extremo. Un caso particular eran las cabras que saltaban hacia un retazo herboso situado a menor cota y luego no podían volver a subir debido a la verticalidad de las paredes, que formaban a menudo un desplome por encima del pequeño pasto. Curiosamente, estas trampas naturales recibían el mismo nombre tanto en Picos de Europa como en el Turbón: “huertos”. La maniobra de rescate consistía aquí en situarse en la vertical del huerto, fijar una cuerda, descolgarse por ella hasta la cabra, atar el animal y a continuación izarlo y depositarlo en lugar seguro. Después se subía al pastor con el mismo método, aunque en todas partes se cuentan historias de pastores que subían después sin cuerda, o que directamente llegaban al "huerto" escalando desde abajo, por supuesto sin ningún aparejo de escalada.
Este tipo de pastoreo, llamémosle “vertical”, no se llevaba a cabo en todas las regiones montañosas con pastos. Debían contener zonas rocosas, con hierba dispuesta entre el roquedo o por encima de él. Las montañas por encima de 2.500-2.600 metros de la península no disponen de pastos por cuestiones climáticas, por lo menos en el norte. Así, montañas más bajas y escarpadas como el Turbón en los Pirineos o el macizo entero de Picos de Europa resultaron un territorio ideal para el pastoreo vertical. De cualquier forma, el norte de España debe ser prolífico en este tipo de enclaves y la relación de los pastores con el entorno agreste parecida.
En estas regiones, los niños desde su infancia (y también las niñas, pero éstas generalmente abandonaban el oficio más adelante para dedicarse a otras tareas) aprendían a desenvolverse por este terreno. Era un quehacer diario, durante muchos meses al año. Moverse por el roquedo, escalar en definitiva, era algo completamente natural para ellos. Por donde había asideros se subía, independientemente del grado de exposición (“había que ir con cuidado”, era su forma de explicar que en aquel lugar si caías te matabas). El resultado de este aprendizaje eran unas personas absolutamente adaptadas al medio en el que trabajaban, endurecidas desde muy jóvenes por largas caminatas, escaladas peligrosas, acarreo de animales a cuestas, frío, lluvia, viento, sol, hambre, soledad, etc. Cualidades todas ellas favorecedoras para que surgiese más adelante, si se daban otras circunstancias, un alpinista.
Podemos definir -libremente- un alpinista como aquella persona que, en su relación con la montaña, busca la exploración, la superación de retos, el ir más allá y también -no podemos negarlo- la competición. Su relación con el medio es amable, en las montañas se siente en su lugar y encuentra la belleza en ellas. En ocasiones, este vínculo se vuelve obsesivo y pasa por delante de las otras facetas de su vida: trabajo, familia, seguridad personal, relaciones. ¿Llegaron algunos pastores a este punto, traspasando los límites de lo que para ellos era en principio solamente un oficio, la manera de ganarse la vida?
Numerosas informaciones me han revelado que sí y aunque no manejo datos estadísticos, intuyo que en una proporción más alta que en cualquier otro colectivo. No resulta extraño, dado que eran personas que habían adquirido la técnica y la condición física y psicológica necesarias desde su tierna infancia. Hay ejemplos de pastores que, pudiendo utilizar cuerdas (no de escalada -no existían-, sino sogas), despreciaban su uso y escalaban hasta los “huertos” sin ellas; también hay episodios en los que se desestimaba el itinerario conocido y seguro y se probaba uno nuevo simplemente “por ver si se podía”, a sabiendas que sería mucho más difícil y peligroso; hay historias de pastores arriesgando su vida por cortar un pino negro (Turbón) o una encina (Picos) solo porqué “el árbol estaba más alto que el que había cortado un compañero”; hay casos de recuperación de cabras enriscadas para demostrar, por ejemplo, “que los de Caín éramos mejores escaladores que los de Bulnes”; existe constancia de pastores que desatendieron sus quehaceres para “estar todo el día por ahí arriba, subiendo picos”; y por supuesto, tenemos a grandes guías de Pirineos y Picos de Europa de ascendencia pastoril. Todas estas historias son muy interesantes y dan fe de lo anteriormente expuesto. Tienen además un valor alpinístico que es justo que sea reconocido a los pastores, protagonistas generalmente secundarios en la historia del montañismo.
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Fotos: Paisajes pastoriles (y montañeros) del Turbón:
Anexo. "Por ver si se podía"
(1) El "Huertet de las cols" es un pasto reducido en medio de las paredes del Turbón, en el que se enriscaban las cabras con frecuencia. José Vigo, de Ca Felip de Visalibons, nacido en Casa Chulián de Pueyo, subió a él desde abajo -nos cuenta Eloi Saula en 'El Turbón, la montaña de los pastores'- por la zona desplomada conocida como Las Gotelleras. "La vía que siguió exactamente se desconoce, pero se trata sin duda de una escalada que comportó pasos de dificultad muy elevados y que realizó sin cuerda ni ningún otro aparejo de escalada", explica.
"La pasión por el riesgo ha sido siempre una constante en su vida", añade Saula en el libro. Y, concluye, "esta inclinación no cuenta necesariamente como un valor pastoril. Forzar los límites físicos psicológicos con relación a la montaña es más propio del alpinismo".
(2) Para cortar pinos acceder a La Canal dels Pins, José Garanto, de Casa Palazín de Ixea, despreció el paso que conocían, que permite subir a ella y a la Feixa dels Buixigués, para, "por ver si se podía", enfrentarse al muro más a la derecha -por una ruta hoy equipada con anclajes expansivos-. Con una sola mano libre (pues llevaba una "estral" -hacha-, un "transador" -sierra de dos manos- y el "morral") y sin calzado ni equipo de escalada, ascendió por una ruta con pasos de IV+, refiere Saula en su libro.
En el cuenta con detalles estas y otras historias de pastores y pastoras "montañeros" o "escaladores" del Turbón, como Matilde Villegas, de Casa Mariñosa de Estirún; José Ramis, de Casa Marquet de Pueyo; José Perna, de Casa Ariño, de las Vilas; o Antonio Garanto, de Casa Tomasa de Ixea.
Fotografías: todas las imágenes son de Eloi Saula, de Visalibons; excepto la de la presentación del libro en Boltaña, que es del Ayuntamiento de esta localidad sobrarbesa.
Los textos que acompañan al artículo de Eloi Saula "Los pastores escaladores", son de Juan de Piquero Sieste
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