El pasado 31 de agosto, el Club de Montaña Nabaín volvió a reunir a los más jóvenes para una salida de barranquismo que nos llevó al barranco Viándico, conocido entre los habituales como el “Friándico”, por el carácter helado de su agua de surgencia. Situado en las inmediaciones del cañón de Añisclo, en pleno Sobrarbe, este rincón es un clásico para iniciarse en el descenso de barrancos: un lugar mágico en el que la roca, el agua y la vegetación se combinan para ofrecer un entorno salvaje y espectacular.
Con un grupo formado por seis adultos y tres intrépidos niños, los monitores Mauri y Raquel, acompañados por las ayudantes Patri y Carol, nos guiaron desde el aparcamiento de San Úrbez, punto de partida habitual. Apenas unos minutos de aproximación bastaron para entrar en calor y sentir cómo el sol iluminaba las paredes calizas del entorno, anticipando lo que nos esperaba dentro del barranco.
Pronto llegamos a la cabecera, donde comenzaba la surgencia, el agua cristalina y gélida nos dio la bienvenida. El contraste fue inmediato en el primer salto: el frío que recorría el cuerpo se veía compensado por los rayos de sol que, de vez en cuando, se colaban entre las gorgas, creando destellos de luz sobre la roca húmeda. Para combatir la sensación heladora, nada mejor que unas risas y unos bailes improvisados que terminaron por contagiar a todo el grupo.
Desde ese punto, el Viándico nos regaló una sucesión de experiencias que atraparon a grandes y pequeños. Toboganes pulidos por la erosión, sifones juguetones y rincones escondidos nos llevaron a descubrir el barranco de la mano de Mauri, que convirtió la aventura en un juego con su famoso “¿confías en mí?”. Gracias a él, nos adentramos en pequeñas cuevas y pasadizos de agua que nos hicieron vivir el descenso con la emoción de estar explorando un mundo secreto.
Los saltos fueron otra de las notas dominantes del día: el entusiasmo de los niños al lanzarse al agua fría resultaba contagioso, y no fueron pocos los adultos que se animaron a repetirlos una y otra vez. El colofón llegó con el rápel final junto a la cascada, una maniobra tan vistosa como emocionante. Mientras descendíamos por la cuerda, algunos paseantes que disfrutaban del paisaje desde fuera se detenían a observar con curiosidad.
Tras salir del barranco, con las sonrisas todavía congeladas en la cara y el cuerpo deseando recuperar el calor, nos esperaba la mejor recompensa: una comida compartida en Escalona. Entre platos, anécdotas y risas, revivimos cada salto, cada miedo superado y cada momento de complicidad vivido en el agua.
Así terminó una jornada redonda, donde el Viándico nos enseñó de nuevo por qué es uno de los barrancos más especiales del Sobrarbe: accesible, divertido y con la dosis justa de emoción. Para los más jóvenes, fue una experiencia de aprendizaje y superación; para los adultos, un recordatorio de que la montaña, compartida, siempre se disfruta el doble.
Inés Gimeno (Club de Montaña Nabaín)
Fotos de Carol, Patricia, Inés,...
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